Zeitgeist Moving Forward (complete)

The Zeitgeist Movement Orientation Presentation

Zeitgeist: Addendum

domingo, 10 de enero de 2010

HIJOS DEL RIGOR




Si acaso llegamos a ser algo es sólo siendo hijos del rigor. De lo contrario, si se nos dejó enteramente en manos del principio del placer, inevitablemente caeremos en la inercia, la vagancia, la irrelevancia y la imbecilidad. El cerebro sin entrenamiento se relaja en su atención, se duerme a la primera oportunidad y nos deja ser arrastrados sin resistencia por prejuicios, dogmas y modas. Sin formación lograda a base de esfuerzo nuestro estado de naturaleza no es muy distinto al de los macacos. De hecho y a la primera oportunidad el hombre-masa no entrenado se dedica sólo a dormir, fornicar, comer y defecar.

Amén de por la necesidad que obliga al trabajo, ese impulso irresistible a la inercia es combatido por la disciplina. Llamamos disciplina al hábito físico y/o mental que en un área determinada de la vida nos lleva automáticamente a ciertos comportamientos regulares y eficaces que suponen esfuerzo y exigencia. Con eso obtenemos resultados superiores. Con eso nos convertimos en seres humanos y dejamos de ser monos. Con eso los individuos y las naciones progresan y obtienen esa forma de felicidad -única posible- que es la satisfacción del trabajo y la obra bien hechos.

Es precisamente lo que alguna vez -aunque muy imperfectamente- tuvimos como nación y que ahora NO tenemos. Al contrario, una generación tras otra de chilenos, de modo creciente, manifiesta y defiende los valores del "let it be". Con la teoría de que debemos ser naturales y espontáneos se ha criado a las nuevas generaciones no a base de la exigencia, sino en un clima de "güena onda" y ofertón de diversiones. No vaya a ser que los niñitos se traumen. "Déjenme el chiquillo en paz", vociferan los padres. "No aplasten su personalidad" advierten los pedagogos de escritorio.

Los adultos jóvenes, también contaminados, se dejan estar. La mediocridad laboral y profesional es la norma, a menudo operando al borde de la torpeza y la negligencia. Más aun, estos adultos acusan a cualquier forma de exigencia -académica, profesional, laboral, etc.- como "fascista", "cavernaria", "resabio de la dictadura", "antidemocrática, "elitista", "represiva", etc. La flojera y la incompetencia, hoy, disponen de doctrina y de código civil. Están por redactarse los Derechos Humanos de los Porros.

Viejos tiempos

Los que crecimos en tiempos menos progresistas tuvimos otra experiencia. ¡Ay del flojo, del dejado! A patadas en el poto se lo sacaba del colegio y se lo mandaba a trabajar. Nada de años sabáticos en el Caribe, de sicopedagogos, de ritalín. Se nos hacía ver desde niñitos que la vida no era chacota; teníamos que sacar las mejores notas, lustrarnos los zapatos, ventilar y hacer la cama, recoger la ropa sucia, ir de compras, obedecer a los mayores, preparar las tareas, memorizar los poemas, escribir caligráficamente, expresarnos correctamente, aprender matemáticas, aprender historia, aprender idiomas, aprender los verbos, leer El Quijote, leer a Manuel Rojas, escribir composiciones, ir a la matiné y volver de las fiestas a las 11 de la noche "a más tardar".

No hablo sólo desde la vereda de mi experiencia personal. Es verdad que en nuestro caso madre Lucy nos enseñó hasta el arte de cómo usar los cubiertos en la mesa. Literalmente mi hermano y yo marchábamos en formación. Los libros estuvieron ahí, a mano, desde nuestros 3-4 años. A los cinco teníamos lapicera fuente. Se suponía que a esa edad no sólo leíamos y escribíamos, sino que que debíamos hacerlo en orden y con claridad.

Pero, grados más o menos, fue la experiencia de toda esa generación, la de los tipos de 50-60 años que hoy manejan las empresas, los ministerios, las profesiones. No deseo siquiera imaginar qué viene después, cuando a estos ancianos los sustituyan los formados en la atmósfera de la indisciplina y el tonteo.

Disciplina

Porque la clave de toda acción exitosa es la disciplina. Las ciencias y artes son, cada una de ellas, "disciplinas". Disciplina, esto es, lo repetimos, comportamiento sostenido bajo elevada exigencia hasta alcanzar la maestría. La maestría y luego, quizás, la genialidad creativa. El genio está al final del esfuerzo, muy al final, no al principio. El genio es esfuerzo en su máxima sublimación, no fantaseo, mariposeo, capricho del minuto, cosa facilona y divertida. Esto último, a lo más, con suerte, puede dar lugar a un chispazo de ingenio, pero al genio jamás.

Catastrófico es entonces que en su versión nacional las ciencias pedagógicas, por diversos caminos, hayan invertido esa simple ecuación. El esfuerzo de memorización, de someterse a disciplinas, de "estudiar materias", de sacarse la cresta, ha parecido y parece banal, innecesario, cavernario, obsoleto, represivo, mala onda. Se lo sustituye con la panacea del "aprender a aprender".

Es como si un padre, en vez de enseñar a su hijo a caminar haciéndolo caminar, pretendiera enseñarle aprender a aprender a caminar. Pero mientras tanto que no camine ni un paso, no se vaya a caer…

Todo esto, tan de cajón, pasó al olvido. Esa fatal mezcla de insensatez con pedantería, producto tan abundante en medios académicos, ha hecho en este, el de las ciencias de la educación, verdaderos estragos. Y los resultados están a la vista.